Toqué las hojas del muro
pasé mis dedos por ellas
y caminé, rozándolas,
casi sin tocarlas.
Miré al cielo nublado
disparejo, sin sentido
y seguí caminando,
tomando la ruta más cercana
sin llegar a ningún lado
pero sin aceptarlo.
Toqué las hojas del muro
con mi mirada las observé
quieta las miré
y cogí una en mi mano.
Ella no tenía rumbo alguno,
ningún propósito importante.
Sólo se movería de su sitio
cuando al final de su vida cayera,
o si la enredadera creciera
y elevaría a todas,
aunque por su situación esto pareciera improbable
pero certero es que tornará marrón
y su río desembocará en el inmenso mar.
Estaba perdida.
¿Perdida?
Uno sólo se puede perder si tenía algún lado donde llegar
y tener la solución ahorita
volvería los muros más grises
y a las hojas más verdes.
Toqué el muro y se cayó.
Me volteé y había un vasto paisaje
y un cielo pintado de muchos colores,
en cada sitio algo familiar y diferente.
Nada tiene solución, todo tiene propósito.
Esto no es un laberinto gris y verde
con un centro más verdoso y más gris.
Es un paraíso infinito,
donde nada tiene sentido.
Sería horrible que lo tuviera.
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